Esta nota fue publicada en la Revista Ohlalá el día 20/08/25
Confieso algo: antes de empezar con Alice, yo era la primera en aparecer en la clínica con un regalito para el bebé bajo el brazo. De la mamá, sabía poco y nada. No se me cruzaba por la cabeza que había tenido a su hijo hacía unas horas (¡con todo lo que eso implica!), que estaba atravesando recuperación física y emocional, que ese momento era mucho más complejo de lo que yo podía siquiera empezar a imaginar. ¿Eso me convertía en una mala persona? Para nada. Simplemente no lo sabía. Porque del postparto, y de la mamá, no se hablaba.
La realidad es que, justo ahí, cuando la mamá intenta entender todos los cambios físicos y hormonales que está atravesando o cómo lograr que su bebé se prenda al pecho, cómo lidiar con el dolor entre las piernas o de su herida de cesárea y cómo encajar la siesta de 20 minutos entre dos tomas… suelen llegar las visitas.
Sí, esas que casi todos conocemos: el familiar que “solo pasa un ratito” (y se queda dos horas), la amiga que quiere alzar al bebé y no se da cuenta que tiene puesto perfume, el pariente que se ofende porque “a mí nadie me avisa nada”, o un gran clásico: el que espera que la mamá le prepare café (¡o algo de comer!)
Las intenciones, claro, son buenas. Quieren conocer al bebé, compartir la alegría, demostrar cariño. Pero entre la ilusión y la práctica, a veces se pierde lo esencial: el respeto por lo que la mamá y el recién nacido necesitan en ese momento.
Porque seamos sinceros: ¿qué es lo que más necesita una mujer que acaba de tener a su bebé?
¿Una sala llena de visitas charlando fuerte, pasándose el bebé de brazo en brazo mientras que la mamá no descansa hace más de 20 horas? Probablemente no.
¿Alguien que llegue con medialunas, milanesas para freezar, pregunte qué hace falta, lave un par de platos y se vaya antes de que el bebé pida teta otra vez? ¡Probablemente sí!
La visita ideal es la que entiende que no se trata de “estar presente a toda costa”, sino de acompañar con empatía. Y ojo, no hace falta ser un héroe: alcanza con respetar los tiempos, no ofenderse si piden esperar unos días, y ofrecer ayuda práctica en lugar de generar más demanda.
Hablamos mucho con las mamás de la comunidad de Alice y después de escucharlas, podemos llegar a esta conclusión: Lo que suele doler en esta etapa no son las visitas en sí, sino las reacciones: las caras largas, los comentarios fuera de lugar, los enojos porque “no me dejaron conocerlo antes que fulanito”. Y ahí es donde deberíamos animarnos a hacer un cambio cultural: dejar de poner el deseo de ver al bebé por encima del bienestar de quien acaba de traerlo a este mundo.
¿Querés un tip práctico? Antes de ir, mandá un mensaje: “¿Les viene bien que pase un rato? ¿Prefieren que les deje comida en la puerta? ¿Quieren que me quede con el bebé un rato para que duermas?” La diferencia entre ser una visita que suma o una visita que agota está, literalmente, en preguntar y estar dispuesto a aceptar la respuesta.
Y como siempre decimos en Alice: la mejor visita no viene con flores, viene con comida rica, un Mompad salvador y la intuición de retirarse justo a tiempo.